Un día entre el 13 y el 15 de octubre de 1970, no puedo precisar cuál, acordamos hacer al día siguiente un viaje que repetíamos cada vez que visitábamos Madrid que inevitablemente pasaba por Segovia y La Granja de San Ildefonso. Nos iba a acompañar nuestro amigo Jaime Nicolás Muñiz, joven y brillante estudiante de Derecho que dijo que vendría con nosotros un compañero de carrera.
Jaime era alto y seriecito y su amigo al que conocimos al recogerlo con el coche se llamaba Luis López Guerra, delgadísimo, con gafas de concha y con el mismo nivel intelectual y de formación que Jaime. Comimos en el torreón de Casa Cándido y visitamos varios monumentos hasta que nos encaminamos a Pedraza de la Sierra, que fue la primera vez que la visité. Un grato día con dos jovencísimos y brillantes estudiantes cuyo futuro estaba por descubrir y sin imaginar todavía que un trabajo suyo pasaría a la historia.
Jaime acabó la carrera con las mejores notas y me dijo que su amigo Luis al que habíamos conocido y él se marchaban a Alemania para hacer el doctorado. Estudiaron en un año el idioma de Goethe y se fueron, aligerando la carga económica de sus padres traduciendo libros de Derecho para su publicación en ambos países con lo que obtenían beneficios extra.
No sé con exactitud la fecha en que el presidente del gobierno de España, a la sazón Adolfo Suarez, llamó al erudito catedrático Juan Díez Nicolás al despacho presidencial sito por aquellas calendas en la primera planta del palacete de Castellana 3 y le solicitó un texto legal como ley electoral homologable en toda Europa y que permitiera las desigualdades que necesitaba para convencer a los catalanes y vascos. El catedrático dijo que lo encargaría a sus dos alumnos más brillantes que hacían el doctorado en Alemania y así lo hizo.
Jaime y Luis aceptaron el encargo y estudiaron todas las leyes electorales europeas encontrando la singularidad de Bélgica, en la que conviven dos pueblos, los flamencos y los valones, los de Flandes hablando el idioma flamande y los de la Waloníe el francés, con diferencias de poder en su sistema político. Aquel país aplicaba la ley de un jurista llamado D'Hont, que con unas modificaciones singulares la hacía aceptable a Europa y permitía las desigualdades electorales que en aquel momento creía necesitar el presidente del gobierno de España.
Cuando creyeron tener el texto legal vinieron a Madrid, la dieron a estudiar a Díez Nicolás al que le pareció impecable y pidió cita con el presidente que les fue dada a la mañana siguiente. En la elegante mesa redonda del inmenso despacho los recibió un sonriente Adolfo Suarez que a su vez citó con ellos al jefe de su gabinete jurídico. Estudiaron el trabajo de los dos doctorandos y les pareció que respondía perfectamente a las necesidades de aquella próxima convocatoria electoral que sería marcada el 15 de Junio de 1978.
Suarez felicitó a los dos jóvenes y les dio un excelente premio en metálico, pues le habían resuelto un serio e importante problema que permitiría, con aquella ley que nacía con vocación de provisionalidad, celebrar las que él llamó primeras elecciones democráticas de España.
El tiempo, justo juez, puso a cada uno de aquellos dos chicos en puestos que merecieron por su excelente preparación, amor al estudio y dedicación a su trabajo. Supongo que ahora están jubilados Jaime como Secretario del Consejo del Reino y Luis como Magistrado del Tribunal Europeo.
Han pasado los años y aquella injusta aunque oportuna ley electoral sigue vigente con las enormes desigualdades que provoca, pues los votos de todos los españoles no tienen el mismo valor. Y valor es el que ha faltado a todos los gobiernos desde entonces para hacer una ley electoral en el que el voto de un murciano o un andaluz valga lo mismo que un catalán o y vasco.
Lamentablemente no ha habido mayorías sólidas, todas ellas han dependido del voto que ha tenido prisioneros a los gobiernos, sometidos a un permanente y rentable chantaje que en estos momentos está ahogando al actual gobierno y está tomando una extraña y mala deriva secesionista.